CRÉE EN MÍ
Rosario Cassini: Alumna de la novena promoción del Máster de Coaching, Inteligencia Emocional, Relacional y Ciencia Cognitiva de N-Acción y la Universidad de Alcalá
Todos queremos a nuestros hijos. Se lo demostramos cada día de infinitas maneras: abrazándole, acariciándole, diciéndole “te quiero”, compartiendo nuestro tiempo con ellos, siendo amables y cediendo en determinadas ocasiones…. No tenemos ni la más mínima duda de nuestro amor por ellos, los queremos por encima de todo lo demás.
Ahora quiero plantear otra cuestión. ¿Y creemos en nuestros hijos? Aquí el abanico de respuestas se va abriendo en función de lo que entendamos por creer en él, la edad, las experiencias surgidas, nuestras inseguridades… Vayamos por orden.
¿Qué significa creer en nuestro hijo?
Es mirarlo con unos ojos menos críticos. De esta forma seremos capaces de percibir su potencial humano, lo que vale, lo que ES, mucho más allá de las notas que saca o de cuántas veces se ha equivocado en el día de hoy. Significa creer en todo lo que es capaz de hacer; admirar la cantidad de cosas que va a lograr; intuir el SER tan maravilloso en el que se va a convertir.
Es darse cuenta de que ya brilla con luz propia, saber que va a poder enfrentarse y desenvolverse en la vida como él desee. Es confiar en que sus equivocaciones se irán convirtiendo en aprendizajes.
¿Qué paso debemos tomar como padres?
En primer lugar, debemos creer en nosotros mismos, creer en nuestra posibilidad de cambio. ¿Lo hacemos? ¿Creemos que podemos ser mejores? ¿Creemos que podemos cambiar aquello que deseamos? ¿Nos damos oportunidades? ¿Qué esperamos de nosotros? ¿Me siento frustrado? ¿Qué nivel de exigencia tengo conmigo mismo? ¿Creo que mis ideas son inamovibles o por el contrario podrían existir más alternativas?
En función de las respuestas que nos vayamos dando a estas preguntas, seremos más o menos capaces de creer en nuestros hijos. En base a cómo nos trabajemos nosotros mismos emocionalmente, seremos más flexibles y menos críticos con ellos.
Una exigencia elevada probablemente repercuta en nuestras expectativas hacia nuestros hijos. Algunas de nuestras frustraciones no superadas quizás nos lleven a angustiarnos con sus errores. Si consideramos nuestras equivocaciones como errores y no como aprendizajes, nos costará perdonar más sus meteduras de patas.
Han de vivir su propia vida, sin nuestra limitaciones, frustraciones o inseguridades.
Por otro lado, cuando hayamos experimentado nosotros mismos la posibilidad de cambio y hayamos conseguido modificar nuestras conductas, es cuando comenzaremos a creer en que los demás también pueden hacerlo (en este caso nuestros hijos). Será entonces cuando les miraremos con otros ojos y estaremos aún más a su lado para acompañarles en su crecimiento.
¿Cómo podemos ayudarles?
Confiar en nuestro hijo no significa dejarlo a la deriva o no ponerle límites. Expresa que no debemos desesperar en nuestra labor educativa y tirar la toalla.
Es hora de ir dejando al margen frases, gestos y expresiones de desaprobación que frenan su potencial, sus ganas, su ilusión o su esfuerzo y que además nos alejan de ellos. Únicamente sirven para hacernos perder la esperanza, y lo que es peor, hacen que la pierdan ellos mismos y que dejen por el camino las ganas de mejorar.
Ejemplo de ellas serían: “No vales para eso, no se te da bien”, “¡pero qué mal has vuelto a hacer las tareas!”,” siempre estás igual”, “es que nunca vas a cambiar”, ”esto no puedes conseguirlo”, “eres así y nunca vas a cambiar”, etc.
Olvidemos también las etiquetas a nuestros hijos: “es muy tímido”, “es un mal educado”, etc. Estas frases no generan cambios, sino estancamiento.
Reconozcamos su esfuerzo, digámosles “creo en ti”, “sé que en la próxima ocasión serás capaz de hacerlo de otra manera”, “¡cómo has mejorado!”….
El creer nos acerca a nuestro hijo, nos une, genera confianza, relativiza los momentos, nos proporciona serenidad. Es una buena demostración de amor, quizás la mejor.
Rosario