¿CUÁNDO ME NECESITA MI HIJO Y CUÁNDO SU NECESIDAD ES SÓLO MÍA?
ANA MÉNDEZ
Todos necesitamos apoyo, reconocimiento y aprobación. Niños y adultos prestamos atención a los comentarios que otras personas nos prodigan, tanto positivos como negativos. Cada uno de nosotros sabemos cuáles son nuestras propias necesidades en cuanto al estímulo o apoyo exteriores. Si bien de adultos comprendemos que esta aprobación podemos proporcionárnosla a nosotros mismos, en el caso de nuestros niños esta aprobación es más evidente cuando viene de los padres u otras figuras de autoridad. Los padres tenemos la obligación, diría yo, de apoyar incondicionalmente a nuestros hijos, respetando su personalidad. Nuestros hijos no son una extensión de nuestra vida o nuestras aspiraciones sobre ella. Cada hijo tiene sus propias necesidades y no tienen que coincidir precisamente con las nuestras. Me gustaría practicar la escucha activa con mi hijo e identificar cuándo me está pidiendo realmente una intervención, una opinión o un comentario, más allá de la tendencia automática a satisfacer todo esto cuando realmente no me lo está pidiendo. Cuando intervenimos en sus vidas en aras de nuestra condición de padres siempre y en todo momento, estamos enlenteciendo su capacidad de utilizar sus propios recursos y talentos. Su propio aprendizaje, en una palabra. No estoy diciendo que no le acerquemos un vaso de agua cuando él puede hacerlo, si no que evitemos anticiparnos continuamente y por sistema a cualquier deseo nos lo fuera a pedir o no. No soy partidaria de la sobreprotección, entendiendo que es tema difícil y totalmente subjetivo. Me refiero a procurarles un entorno flexible en el que se puedan desarrollar sin tratarles de antemano como incapaces: NO LO SON. Resulta doloroso para unos padres ver cómo sus hijos se enfrentan a situaciones difíciles en el momento que sea de sus vidas y nuestro impulso inmediato sería correr a socorrerlo, protegerlo, hacer las cosas por ellos y evitarles todo mal. Uf, ¡¡ojalá! ¿verdad? En ocasiones esto será necesario e intervendremos de forma natural y ellos estarán agradecidos por nuestra ayuda. Pero en otros casos, evitaremos el aprendizaje que la experiencia les tenía reservada. En ocasiones, por ejemplo en una enfermedad, acudiremos al especialista sin preguntárselo. Pero otras debemos respetar su propio bienestar aun a costa de nuestra propia inquietud. Recuerdo cuando el neurólogo del hospital al que había llevado a mi hijo por sus crisis de epilepsia rolándica me propuso dar una fuerte medicación a mi hijo para paliar futuras crisis, advirtiéndome de que su efectividad no estaba asegurada al 100%. Cuando me negué a administrarle los fármacos con este planteamiento, el propio especialista me comentó que ante esta situación muchos padres optaban por la medicación sobre todo por su propio miedo a ver de nuevo a sus hijos convulsionar casi medio metro sobre la cama a pesar de los posibles efectos secundarios de la medicación sobre los niños. No, no es que yo no tuviera miedo, yo estaba realmente aterrorizada, pero entendí que por calmar mi horror no podía someter a mi hijo a un tratamiento tan severo. Nunca sabré si fue una buena decisión, intenté ponerme en su lugar, y no fijarme en el terror que había sentido con la experiencia de aquellas crisis, sobre todo con la primera ya que al ignorar lo que ocurría tuve la sensación de que mi hijo moría en mis brazos por ahogamiento, lo que sí sé es que repitió crisis una vez más y después nunca más las ha tenido. Quiero decir con esto, y es sólo una forma de actuar que practico, que intervengo y tomo decisiones sobre la vida de mi hijo cuando ese sexto sentido o la intuición me dice o él mismo me pide que intervenga. He aprendido a trascender mis propios impulsos como madre para no inmiscuirme en sus asuntos desde que era pequeño y sí a practicar el respeto hacia él, la confianza en sus propios recursos y en su opinión aun cuando no estuviera de acuerdo. Personalmente prefiero fomentar, apoyar y motivar su propia excepcionalidad como ser único y valioso y confiar incondicionalmente en su criterio para fomentar su autonomía y proporcionarle una vida que siga su propio camino. No me ha resultado nada fácil, pero más allá de la duda miro cómo han ido las cosas y veo una persona feliz. Creo que es una buena idea respetar sus limitaciones y fomentar sus habilidades y talentos desde la cuna, ellos nos lo irán diciendo, y no obligarles a ser lo que nosotros hubiéramos querido, y poder tener la claridad para ver la diferencia en cada momento, aunque no me parece nada fácil. Francamente no confío en que sea rigurosamente cierto cuando decimos que “sabemos lo que nuestros hijos quieren mejor que ellos mismos”. Simplemente propongo que observemos más y nos anticipemos menos, a pesar incluso de nuestro miedo o dolor.