ENCRUCIJADA EMOCIONAL: LA HORA DEL CAFÉ CON MIS COMPAÑEROS
Elena Fernández, socia de N-Acción y coordinadora del Máster de Coaching, Inteligencia Emocional, Relacional y Ciencia Cognitiva, realizado en colaboración de la Universidad de Alcalá
¿Quién iba a pensar que ir a descansar suponía tanto estrés?
El otro día realicé un viaje en autocar. Fue un instante estupendo para intercambiar visiones del mundo con la persona que estaba al lado. Conversar, escuchar, sentir: verbos estupendos para compartir con una desconocida unas horas por las carreteras nacionales mientras que el sol y las sonrisas no faltaban. Reinaba la tranquilidad hasta que aquella doctora tuvo la suficiente confianza para contarme algo que la preocupaba y le quitaba mucha energía. Era algo tan necesario como descansar en el trabajo y parar. Su voz tenía un ritmo rápido y un tono agudo, cuando de repente… tornó a lento y grave. Ese cambio, me hizo sentir que algo pasaba. Fue entonces, cuando segundos después comenzó a ser una voz más temblorosa y llena de angustia. Sus ojos se empezaron a nublar y detrás se podía vislumbrar una minúscula lágrima.
Fue entonces cuando acompasé la escucha y lentamente comenzó a desahogarse. Y cada palabra ayudaba a deshacer el nudo que sentía en su garganta y la presión que notaba en su pecho, como más tarde comentó. ¿Y qué era eso que le estaba preocupando?, podréis comprobarlo ahora mismo, porque estas fueron sus palabras:
“Pues sí, así es. Pensé que en el nuevo centro sería todo distinto y veo que sigue igual todo. Qué bajón me dió. Mis nuevos compañeros de café, eran más tóxicos aún. En lugar de parar a descansar un ratito en toda la tarde y volver más relajada, volvía aún más y más tensa. En seguida vi que no me traía nada bueno ir y dejé de juntarme, sin más. No me apetecía. Ahora muchos no me saludan y siento que estoy en el punto de mira. Así es. De nuevo este es el precio que estoy pagando por no hacer lo que todos hacen, de nuevo me siento mal”.
Notaba su tristeza por haber perdido la relación con el resto de personas de su equipo. Después relató lo complicado que se convierte trabajar desde este ambiente, pero era el que había en muchos centros y se repetía con mucha frecuencia. Quejarse por todo era lo normal y para ella era lo anormal. Se sentía como una marciana. No quería volver a dejarse llevar en esos ratitos y acabar escuchando críticas destructivas, burlas fáciles, sarcasmo o ironías acerca de jefes, que llevaban más a despellejar a personas, que a conocer los hechos acontecidos y buscar soluciones. No quería pasar así su tiempo. Se había dicho a ella misma “A esto, ni un minuto más” y gracias a la escucha, se daba cuenta de que seguía firme en su decisión. Volverlo a oír hacía que se ratificase una vez más “Lo volvería a hacer desde luego”- repetía.
La escucha atenta y tranquila hizo que pudiera sacar de dentro esos pensamientos y sentimientos que le estaban quitando vida y le hacían sentirse revuelta cada día al llegar a su lugar de trabajo. Gracias a sus palabras, me animé a intervenir y pude preguntar: “¿Te has dado cuenta de todo lo que ha aportado esta decisión a tu vida?”
Se quedó en silencio. Respiró, movió las cejas y su cara entonces mostró una leve sonrisa. “Es cierto”- comentó.
Sólo hizo falta que el tiempo transcurriera para que ella misma fuera hablando y se diera cuenta de todas las ventajas que le había aportado decidir desde su libertad, y dando relevancia a varios valores que para ella era primordiales en su vida: el respeto y el tiempo.
Con tanto ir de un centro a otro, había entendido que era vital respetar a personas (que como todos, podemos equivocarnos) y que sería vital aprovechar el tiempo para enmendar errores o tratar de solucionar los que vinieran (prevención). Sentía que había tanto por hacer en Sanidad, que ni un minuto más se lo iba a dedicar a una actitud negativa, que le restaba vitalidad a su profesión, que había descubierto que en realidad era su vocación, porque ayudar a los demás y curarles, era lo que más le hacía feliz.
Hablando y hablando, se iba dando cuenta de que en realidad, si en una decisión tan vital se dejaba llevar por esas emociones del ambiente que eran desagradables, nunca lograría ser firme en sus decisiones y maximizar su energía, su tiempo, y en resumidas cuentas, le impediría poner su talento al servicio de los pacientes. Era increíble cómo se notaba que había profundizado en este tema. De repente, me miró y dijo: “A raíz de un accidente que tuve, sentí qué importante es la ayuda de un médico que te ayude de verdad, que te entienda, que esté centrado, que no esté molesto porque tiene más pacientes que sus compañeros o cuenta con una larga lista de espera porque todos los pacientes quieren ser atendidos en su consulta. Se precisa un médico feliz que te cuide. A la vez, cuando aparece, descubres que es un médico que también se aprendió a cuidar y está alineado con su vocación; por eso al entrar a su consulta sientes que por muy complicado que se presente el diagnóstico, las cosas fluyen. Pensé que eso de ser feliz en mi consulta, eso sí lo puedo conseguir. Ese será el espacio donde disfrute la mayor parte de mi día. ¿Y cómo lo descubrí? Cuando estás en una cama y sientes que no sabes si vas a volver a levantarte, te das cuenta de todo lo que aporta tu profesión a tu vida, todo lo que puedes aportar a tus pacientes y su familia y decides no malgastar ni un segundo en otras cosas que no puedes cambiar”.
¡Guau! Por fin, llegaron sus palabras y me quedé impactada. La lágrima en ese instante fue la mía. Mi diálogo interno decía “¡Claro! Cuando vives algo así, es fácil entender cuántas oportunidades nos esperan y que te entren unas ganas enormes de hacerlas realidad”.
No hubo más que admiración y un darnos las gracias mutuo por este ratito de compartir y escuchar. Su parada acababa de llegar y yo sentí, que habíamos realizado un viaje hermoso. El viaje interior, ese que a veces por falta de tiempo no realizamos, ese que nos da energía, motivación y determinación para conseguir ser firmes en nuestros propósitos. Esa fuerza que independientemente cómo los demás nos perciban, nos hagan más fuertes, porque ya sabemos que a veces “alguien puede ser punto de mira, y cuando realmente se le conoce, puede ser punto de admiración”.
La oportunidad de conocer a las personas y dedicar tiempo para escuchar su historia para entenderles, permite también cambiar creencias sobre los demás: sobre cómo actúan o se relacionan. Todos tenemos un bagaje, venimos de mundos distintos y comenzar a aceptar en los grupos la importancia de estos hechos, nos permite descubrir nuevos caminos.
Desde estas líneas, mi mayor admiración para cada profesional que afianza su vocación y valores. Aquellos que anteponen las soluciones a las quejas, que son proactivos e innovan. Desde aquí, seguir animando a cada uno de ellos para continuar ese viaje interior y encontrar encrucijadas emocionales, porque en las decisiones de vida, se aprende a conocer cuánto estamos dispuestos a cambiar, decidir y fortalecer nuestros valores, esos que nos sostienen y llenan de bienestar. UNA VEZ MÁS, FELICIDADES POR ELLO.